Pero si en uno de estos paseos virtuales por la red mi jefe directo (parece que estoy narrando un combate de boxeo, “gancho directo” al mentón del contrincante) se topara con estas reflexiones leería un extracto del reportaje de Ferrán-Ramón Cortés publicado en El País Semanal nº 1677:
“Los jefes autoritarios en lugar de liderar, se limitan a presidir lugares de trabajo darwinianos, en los cuales el individuo o nada o se ahoga.
Los líderes autoritarios constituyen una seria amenaza para la estabilidad emocional de todos los que tienen a su alrededor, ya que, como líderes de un grupo humano, son las personas que mayor influencia ejercen en las emociones de los demás. Pero crear imperios del miedo no sólo es perjudicial para las personas que trabajan bajo el mando del líder que los crea, sino que supone un gran riesgo para el futuro de las empresas. Porque las personas angustiadas no rinden y, lejos de dar lo mejor de sí, se limitan a subsistir lo mejor que pueden. Además, las personas lideradas por un jefe autoritario acaban contribuyendo a que el ambiente se degrade, ya que bajo su presión acaban teniendo una gran dificultad en interpretar y gestionar adecuadamente las emociones de los demás.
Sean jefes autoritarios por rol o por carácter, es importante no reaccionar, no tomárnoslo como algo personal, pues corremos el riesgo de entrar en una dinámica de ataque y contraataque que convierta la situación en insoportable. Hemos de evitar las reacciones de huida o ataque y mantener nuestra estabilidad.
Bajo un liderazgo autoritario la gente acaba cumpliendo órdenes, renunciando a su iniciativa y a su implicación, dejando de lado cualquier atisbo de creatividad y aportación de valor, con lo que las cosas tarde o temprano dejarán de funcionar.
Estos jefes tienden más a buscar culpables que a encontrar soluciones. Señalan con el dedo a los responsables de los problemas, para salvaguardar su imagen, y esto sin duda no contribuye a generar un ambiente de trabajo que motive. La gente acaba aguantando el tiempo estrictamente necesario para buscar una alternativa.
Si la casualidad, comparada con alguna contenida en las películas de Woody Allen, diera a mi jefe relacionarse con estas líneas, tan sólo le quedaría sentirse aludido para cambiar de actitud para con sus curritos. Pero ¡ay!, ¿quién se siente aludido cuando le dicen autoritario? ¡Autoritarios los otros! Y aun sintiéndose aludido, ¿acaso no cuestionaría estos métodos creyendo que los suyos son más efectivos?
Pero ¿quién cree que algo cambiaría aunque lo leyese?
Cambiar la forma de actuar de un adulto rara vez sucede, aunque es muy atractivo verlo en las películas.