viernes, 23 de enero de 2009

Los niños muertos en Gaza.

Si en algún lugar del mundo existiese algo así como la representación de nuestra conciencia colectiva, en esa suerte de muro deberían estar grabados a fuego los nombres de los 410 niños que durante las tres semanas de ofensiva israelí han sido asesinados en Gaza. Para que nadie los olvide. Para vergüenza de cada uno de los responsables de estos actos de barbarie. A las mujeres que los parieron y amamantaron; a los padres que intentaron protegerlos de los obuses y las balas; a las tías y abuelas que los cuidaron; a sus primos, hermanos y amigos que jugaron con ellos, que rieron con ellos; a los maestros que les enseñaron a leer y a los médicos que intentaron salvarles la vida, el recuerdo de los que ya no están: Ibtihal Kechko (niña, 10 años), Ahmed Riad Mohammed Al-Sinwar (niño, 3 años), Haneen Wael Mohammed Daban (niña, 15 años), Tamer Hassan Al-Akhrass (niño, 5 años)…

Hernán Zin.

lunes, 19 de enero de 2009

Los niños en Gaza.

Los niños muertos

No deberíamos olvidar nunca las imágenes de los niños palestinos heridos y muertos difundidas estos días por los medios de comunicación. Un padre mostraba el cuerpecito de su hijo como si fuera un cesto vacío; tres hermanos, tirados entre la ropa vieja, recordaban los corderos que se llevan las inundaciones; varios pequeños miraban en un hospital a los adultos como esos animales domésticos que no entienden al hombre. Son imágenes que nos acusan, pues somos responsables de ellas. Somos responsables por nuestra indiferencia, y por elegir en las urnas a gobiernos incapaces de reaccionar con dignidad ante horrores así.

Los gobernantes de Israel están traicionando la delicada y honda cultura judía

En los noticieros de Israel no existen los niños y las mujeres muertos en Gaza

Porque estos niños heridos y muertos recuerdan al rey Herodes y la matanza de los inocentes. No es una exageración. Los militares y políticos israelíes que han iniciado esta guerra no son mejores que el cruel rey que ordenó la muerte de los niños. Aún más, Herodes no rehuía la responsabilidad de sus actos. Es la diferencia entre los nuevos señores de la guerra y los villanos que poblaban nuestras fantasías infantiles.

Los antiguos villanos se sabían egoístas y malvados, lo que, paradójicamente, les volvía humanos; pero hoy día, ningún poderoso acepta actuar en nombre de sus propias pasiones. Los políticos de Israel se lamentan de que estén muriendo civiles en los bombardeos, pero son ellos los que lo ordenan. La culpa, nos dicen, es de Hamás y de los propios palestinos, que apoyan a grupos terroristas. Los niños mueren, pero nadie se hace responsable de ello, porque el mundo moderno ha apartado de sí la idea de la culpa, como responsabilidad personal.

Nuestros gobiernos lamentan, por ejemplo, los horrores de la guerra, pero a la vez venden las armas que se utilizan en los campos de minas en los países del Tercer Mundo, como denunció el fotógrafo Gervasio Sánchez en su valiente discurso en los Premios Ortega y Gasset. El mundo, la moral que hemos creado, absuelve a los poderosos de la responsabilidad y la culpa: les basta con alegar dudosas razones de Estado. Pero la muerte o la mutilación de un niño es uno de esos límites que no se pueden cruzar sin que todo lo que hemos construido, nuestro mundo y nuestros valores, se derrumbe como un castillo de naipes.

La razón de esta indiferencia es muy simple: no reaccionamos de la misma forma ante el sufrimiento de los otros como ante el propio. La convicción de que la víctima no es de los nuestros hace que el daño que se le pueda causar no sea visto igual que si fuera uno de nuestro grupo, raza o nación el afectado. Israel se comporta así con los palestinos. No se trata de una guerra de religiones, ni del enfrentamiento de culturas distintas (las culturas árabes, judías y cristianas tienen un tronco común), sino de un simple problema de racismo.

En el fondo, una parte importante del pueblo israelí no considera que los palestinos sean sus iguales. Sus gobiernos llevan años deshumanizándolos, y han hecho de Gaza un campo de concentración donde un millón y medio de seres humanos malviven como el ganado. Un sentimiento básico como la compasión desaparece cuando somos incapaces de ponernos en lugar del otro; por eso, los políticos israelíes pueden esgrimir fríamente la existencia de los atentados de Hamás para justificar sus crímenes. Pero Hamás es un grupo terrorista y no tiene sentido hacer responsable a la población civil de sus actos. Aún más,Hamás no existiría si los palestinos no vivieran humillados. Es una organización que instrumentaliza el sufrimiento de su pueblo, y que sin duda saldrá fortalecida de esta guerra. ¿Es tan torpe el Gobierno de Israel para no saber esto o es justo lo que busca para justificar en el futuro el uso arbitrario de la fuerza? Los palestinos de Gaza proceden de Israel, de donde fueron expulsados.

Israel y Egipto sellan sus fronteras impidiendo la libre circulación de los bienes y las personas. Los jóvenes no tienen futuro, viven en condiciones de extrema pobreza, y esta ausencia de perspectivas alimenta sus sentimientos de odio, pues la falta de libertad es más exasperante que la pobreza. En sus hospitales no hay medicinas, sus escuelas son pobres, no hay un Estado que les proteja. Debido a ello se vuelcan en grupos islamistas, que dan de comer a sus ancianos y enfermos, protegen a sus mujeres y llevan a la escuela a sus hijos.

Sorprende que algo así se mantenga desde hace años ante la indiferencia de todos. Refiriéndose a la situación de los palestinos en Gaza, un periodista escribió: "Aquí la vida y la muerte son lo mismo". Pero, paradójicamente, es el Gobierno de Israel el que se hace la víctima. Para ello apela al miedo, que deshumaniza al otro, pues nos hace verle como una amenaza. Los políticos y militares de Israel causan la muerte de centenares de personas, y dicen estar librando una lucha de supervivencia. Pero son ellos los que tienen el poder, el dinero, la fuerza, frente a los palestinos que no tienen nada. Piensan que haber sido los perseguidos en otro tiempo les da una autoridad moral infinita para hacer lo que quieran. Pero "ser una víctima, ha escrito Elisa Martín Ortega, no implica bondad ni rectitud. No es un valor, sino una condición, una desgracia". Los políticos de Israel hablan de terrorismo, pero qué decir de la guerra que ellos han iniciado, de los bombardeos de las escuelas y los mercados, de los niños que matan. ¿Cómo llamarán a eso?

Pero en Israel, esos niños no existen. Sus soldados no hacen daño a los enfermos, ni a las mujeres ni a los ancianos; sus bombas no destruyen las escuelas, los mercados o los hospitales. Hay un control absoluto de la información, y ni en la televisión ni en los periódicos se habla de lo que ocurre en Gaza de verdad. Aún más, ante cualquier crítica se invoca el antisemitismo como argumento defensivo principal, aunque sean sus gobernantes los que estén traicionando los principios de la delicada y honda cultura judía que dicen representar. Es una conducta que exaspera a los palestinos, a los que sólo queda la salida del fanatismo. El fanatismo se alimenta de la debilidad. El principio de que todo hombre debe reconocer al otro como un semejante, lejos de ser evidente, es una conquista de la voluntad. Que la inteligencia venga a socorrer al amor, escribió Antoine de Saint-Exupéry. Sólo los más fuertes, desde un punto de vista moral, son capaces de evitar responder con violencia a los violentos y de escuchar las palabras de la dulce y amigable razón.

Emmanuel Lévinas, en una de sus lecciones talmúdicas, habló de las ciudades refugio. Eran lugares en que podían cobijarse quienes habían matado a alguien sin quererlo. Su acción había sido involuntaria, por lo que no podían ser condenados, pero necesitaban protegerse de los amigos o familiares del muerto. Eso era una ciudad refugio, un lugar donde se recibía a los que, no siendo culpables, tampoco eran enteramente inocentes. Lévinas pensaba que Occidente podía verse como una de esas ciudades refugio. Puede que no seamos culpables de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, pero tampoco somos inocentes de ellas. No deberíamos olvidar esto, a riesgo de caer en lo más terrible: la indiferencia ante el dolor de nuestros semejantes.

El País (18-01-09). Gustavo Martín Garzo.


jueves, 15 de enero de 2009

Gaza

Estoy leyendo “La mujer habitada” de Gioconda Belli, en él, la autora nicaragüense, escribe una reflexión sobre la guerra:

“¿En la guerra, cómo se diferencian los hombres? ¿Qué diferencia de fondo había entre dos hombres con un fusil cada uno, dispuestos a matarse en defensa de razones que ambos consideraban justas?

En la ofensiva israelí –que rico es el idioma español- en Gaza, no hay dos hombres con un fusil cada uno enfrentados por razones que los dos consideran justas. Lamentable sería aún así, pero es que no lo es. Por no tener, los palestinos no tienen ni la posibilidad de huir. Tal es la crueldad de los seres humanos que ordenan las acciones contra otros seres humanos.

No es Israel –aunque a veces el lenguaje se emplee simplificado- el que está cometiendo tamaña injusticia. Tienen nombres y apellidos los responsables de tales decisiones. Probablemente nunca se consiga hacer que paguen los dirigentes políticos por los crímenes cometidos. Desgraciadamente no creo ocurra lo que dice Gideon Levy, periodista de Haaretz que escribe en un artículo “a pesar de toda la manga ancha que el mundo nos ha dado desde que podemos recordar, a pesar de la indulgencia que siempre ha mostrado con Israel, esta vez la actitud del mundo puede ser diferente. Si seguimos así, es posible que algún día veamos constituirse otro tribunal especial en La Haya”.

Emplean la democracia como refugio. Vaya paradoja.

A un dirigente o simpatizante de Hamas se le mata. A él y a los que estén a su lado porque por emplear a la población como escudo humano no justifica la acción. Es como si un delincuente, para intentar no ser atrapado por la policía, se refugia detrás de un rehén, y la policía mata al inocente y al delincuente.

Amnistía Internacional denuncia el uso de civiles como escudos humanos: "Nuestras fuentes en Gaza informan de que los soldados israelíes han entrado y tomado posiciones en varias viviendas palestinas, obligando a las familias a quedarse en una habitación del primer piso mientras utilizan el resto de la casa como base militar y posición para francotiradores". "Los combatientes, sea cual sea su bando, no deben llevar a cabo ataques desde zonas civiles, pero incluso cuando se protegen tras una vivienda o un edificio de carácter civil para atacar, eso no convierte a dicho edificio y a los civiles que viven en él en un objetivo militar legítimo. Todos estos ataques son ilegítimos", ha dicho Malcolm Smart.

Antisemita es el argumento esgrimido para atacar a los que defienden algo tan evidente como los derechos humanos. Como si al condenar las acciones bélicas de los militares israelíes contra la población civil palestina se estuviera de acuerdo en que mueran ciudadanos israelíes por los misiles lanzados por Hamas.

Da la sensación, de nuevo, que no nos queda más que el recurso al pataleo. Sin presión internacional, o sea, nuestra, el gobierno de Israel acabará la “defensa” de su territorio cuando quiera. Para entonces, las víctimas palestinas habrán engrosado otra vez la más vergonzosa de las listas: la del olvido cobarde.