Por mis intelectuales escritos plasmados en esta base de datos narcisista que ahora llaman blog, sabrán los decididos seguidores que trabajo en la calle. Lugar apacible, alegre y lleno de vida donde, por supuesto además de trabajar pues para eso te pagan, tienes la oportunidad de conversar con personas y, de esta manera, ayudar a incrementar la buena imagen que la empresa ya tiene y, a nivel personal, aprender un poco más sobre la condición humana.
Una señora, viéndome recoger papeles como siempre diligentemente, decidió compartir conmigo unos minutos de su precioso tiempo y quiso decirme quienes eran los culpables de la falta de educación que supone depositar los papeles y demás restos de basura en el inmenso estercolero en que se ha convertido la vía pública.
-¡La culpa la tienen los inmigrantes!- dijo enérgica y convencida la señora-. ¡Hay que ver cómo ponen todo los extranjeros!
-¿Usted cree, señora?- dije con la desgana que produce el desánimo.
-¡No tiene nada más que mirar a su alrededor!- me aconsejó-.
Miré con cierta precaución y disimulo creyendo iba a ver a rumanos, marroquíes y ecuatorianos tirando objetos al suelo con la misma virulencia que los niños juegan a los tazos, pero sólo vi excrementos de perro. “Debo tener algún problema en la vista”- pensé. Y se me ocurrió una manera de compartir un ratico con la viandante.
-¿Por qué no miramos en el cunacho lo que he recogido hasta ahora?- le pregunté a la señora-.
Debo aclarar que para el jardinero de las zonas verdes de Zaragoza, el cunacho vendría a ser como el folio para el escritor.
-¿Qué nos encontramos aquí, señora?- dije comenzando a enseñarle los objetos.
En primer lugar unos cuantos paquetes de tabaco vacíos y escachuflados de las marcas Marlboro y Winston. ¡Ahí tiene usted señora!, no sólo tenían la patata sino también las marcas buenas de tabaco, han tenido que venir ellos para enseñarnos a fumar- aseguré con rotundidad.
La señora, mientras miraba en el interior, movía los pies con cierto nerviosismo.
-¿Y qué me dice de esta bolsa de El Corte Inglés?- le pregunté mientras le mostraba el siguiente tesoro. Si es que no hay nada más que ir a la puerta de ese establecimiento el primer día de rebajas para ver que no hay más que inmigrantes esperando a que abran. Solamente ellos salen con prendas y objetos, ¡no dejan nada a los españoles!, ¡y luego tiran las bolsas en la calle haciéndole publicidad gratis!
-Sí bueno… yo me voy- dijo la señora, con expresión de no arrepentirse de lo que había dicho sino a quién lo había dicho.
-Veamos, veamos que hay por aquí… ¡Si son botellas de cerveza y tetrabrik de vino malo!- exclamé pareciendo sorprendido. ¡Esto es el colmo de la desfachatez, señora! ¿A que sí? Bien está que nos traigamos el gas, el petróleo, el coltan y demás materias primas de sus países, pero que nos vengan ellos con costumbres como la del botellón, ¡es que hay que tener jeta!, ¡nuestros pobres adolescentes a merced de la tentación por su culpa!.
La señora, viendo que había más objetos y no era mi intención dejar de enseñárselos, se batió en retirada. En su cara había una expresión como de “este tipo está zumbado, es capaz de clasificar la basura y metérmela en el carro de la compra”.
-Me voy… que tengo que hacer la comida- dijo la señora.
-¡Comida también hay, ya lo creo señora!- exclamé con entusiasmo. ¡Mire, mire! Le intenté mostrar restos de bollos y un paquete de chuches.
Nosotros ofreciéndoles todo –relación con nuestros ancianos, el cuidado de nuestros niños, les enseñamos nuestras viviendas, y les hacemos pasar agradables días en nuestras fincas- y ellos tirando la comida por los parques. ¡Qué desagradecidos! ¿Ve usted?- le pregunté.
No, la señora no estaba para ver nada. Tan sólo quería huir de allí cuanto antes, maldiciendo la ocurrencia de expresar sus pensamientos a un tipo así.
-Adiós, adiós- se despidió y me dejó con mi colección de objetos recogidos.
En cuanto a mí, se que no cambia nada en la mente de esas personas por el hecho de emplear la distancia y la ironía para refrotarles la miseria que supone el volcar toda su frustración y sus prejuicios en los de abajo –con el tajo que tienen arriba-, pero no voy a negar que tuve cierta agradable sensación.