viernes, 28 de marzo de 2008

La culpa.

Por mis intelectuales escritos plasmados en esta base de datos narcisista que ahora llaman blog, sabrán los decididos seguidores que trabajo en la calle. Lugar apacible, alegre y lleno de vida donde, por supuesto además de trabajar pues para eso te pagan, tienes la oportunidad de conversar con personas y, de esta manera, ayudar a incrementar la buena imagen que la empresa ya tiene y, a nivel personal, aprender un poco más sobre la condición humana.
Una señora, viéndome recoger papeles como siempre diligentemente, decidió compartir conmigo unos minutos de su precioso tiempo y quiso decirme quienes eran los culpables de la falta de educación que supone depositar los papeles y demás restos de basura en el inmenso estercolero en que se ha convertido la vía pública.

-¡La culpa la tienen los inmigrantes!- dijo enérgica y convencida la señora-. ¡Hay que ver cómo ponen todo los extranjeros!

-¿Usted cree, señora?- dije con la desgana que produce el desánimo.

-¡No tiene nada más que mirar a su alrededor!- me aconsejó-.

Miré con cierta precaución y disimulo creyendo iba a ver a rumanos, marroquíes y ecuatorianos tirando objetos al suelo con la misma virulencia que los niños juegan a los tazos, pero sólo vi excrementos de perro. “Debo tener algún problema en la vista”- pensé. Y se me ocurrió una manera de compartir un ratico con la viandante.

-¿Por qué no miramos en el cunacho lo que he recogido hasta ahora?- le pregunté a la señora-.
Debo aclarar que para el jardinero de las zonas verdes de Zaragoza, el cunacho vendría a ser como el folio para el escritor.
-¿Qué nos encontramos aquí, señora?- dije comenzando a enseñarle los objetos.
En primer lugar unos cuantos paquetes de tabaco vacíos y escachuflados de las marcas Marlboro y Winston. ¡Ahí tiene usted señora!, no sólo tenían la patata sino también las marcas buenas de tabaco, han tenido que venir ellos para enseñarnos a fumar- aseguré con rotundidad.

La señora, mientras miraba en el interior, movía los pies con cierto nerviosismo.

-¿Y qué me dice de esta bolsa de El Corte Inglés?- le pregunté mientras le mostraba el siguiente tesoro. Si es que no hay nada más que ir a la puerta de ese establecimiento el primer día de rebajas para ver que no hay más que inmigrantes esperando a que abran. Solamente ellos salen con prendas y objetos, ¡no dejan nada a los españoles!, ¡y luego tiran las bolsas en la calle haciéndole publicidad gratis!

-Sí bueno… yo me voy- dijo la señora, con expresión de no arrepentirse de lo que había dicho sino a quién lo había dicho.

-Veamos, veamos que hay por aquí… ¡Si son botellas de cerveza y tetrabrik de vino malo!- exclamé pareciendo sorprendido. ¡Esto es el colmo de la desfachatez, señora! ¿A que sí? Bien está que nos traigamos el gas, el petróleo, el coltan y demás materias primas de sus países, pero que nos vengan ellos con costumbres como la del botellón, ¡es que hay que tener jeta!, ¡nuestros pobres adolescentes a merced de la tentación por su culpa!.

La señora, viendo que había más objetos y no era mi intención dejar de enseñárselos, se batió en retirada. En su cara había una expresión como de “este tipo está zumbado, es capaz de clasificar la basura y metérmela en el carro de la compra”.

-Me voy… que tengo que hacer la comida- dijo la señora.

-¡Comida también hay, ya lo creo señora!- exclamé con entusiasmo. ¡Mire, mire! Le intenté mostrar restos de bollos y un paquete de chuches.
Nosotros ofreciéndoles todo –relación con nuestros ancianos, el cuidado de nuestros niños, les enseñamos nuestras viviendas, y les hacemos pasar agradables días en nuestras fincas- y ellos tirando la comida por los parques. ¡Qué desagradecidos! ¿Ve usted?- le pregunté.

No, la señora no estaba para ver nada. Tan sólo quería huir de allí cuanto antes, maldiciendo la ocurrencia de expresar sus pensamientos a un tipo así.

-Adiós, adiós- se despidió y me dejó con mi colección de objetos recogidos.

En cuanto a mí, se que no cambia nada en la mente de esas personas por el hecho de emplear la distancia y la ironía para refrotarles la miseria que supone el volcar toda su frustración y sus prejuicios en los de abajo –con el tajo que tienen arriba-, pero no voy a negar que tuve cierta agradable sensación.

lunes, 17 de marzo de 2008

Ella

Vuelves a ser motivo de mis recuerdos
otra vez piso las huellas de mi melancolía
levantando el polvo de mi tristeza
quiero callarme y engullir mi derrota
pero qué es derrota
quién se cree que es uno para ser amado
no soy nada más que lo que creo ser
lo que doy tengo
lo que me dan siempre será poco
el afecto no tiene fin.