viernes, 21 de octubre de 2011

EL ELEFANTE Y LAS HORMIGAS.


                                                             
Erase una vez un grupo de trabajadores cuyo oficio era la jardinería. Pertenecían a una multinacional, dedicada, entre otras actividades, a realizar servicios para los ayuntamientos.
Como quiera que estimaron injusto el despido de un compañero de trabajo–, era además presidente del comité de empresa–, aquellos decidieron intentar reparar la injusticia. Se vieron obligados a ejercer el derecho que menos quiere emplear cualquier trabajador: la huelga indefinida.
La pretensión era clara y concisa: los directivos readmitían al compañero y los trabajadores volvían al trabajo. Pocas veces hay menos que negociar entre dos partes. Ni se podía medio-readmitir al trabajador, ni se podía medio-volver al trabajo.
En la vida, todo es buscar el término medio, el equilibrio. Mira por donde, en esta cuestión, no quedaba más remedio que dejarse llevar hacia el extremo. Qué satisfacción, al menos por una vez, no estar condenados a la moderación.
La estrategia del huelguista era hacer lo podían: emplear la herramienta de la ausencia legal al puesto de trabajo, y la de hacerse ver y oír en la ciudad hasta conseguir el objetivo. La de los interlocutores empresariales intentar, en primera instancia, hacer fracasar la huelga y, si se hacían fuertes los jardineros, negociar una salida para que no les hiciera parecer que perdían.
Como la huelga no fracasaba –qué tozudos eran esos chicos–, los directivos pusieron “encima de la mesa” varios “productos” de nueva adquisición. Un despido más, expedientado el comité de huelga, y una amenaza de despido a otro trabajador.  Así es el mundo, lleno de mentiras, de pocas verdades y aprovechando las oportunidades; sobre todo, si se tiene la costumbre de buscarlas.
Y lo que era en principio innegociable, los representantes de la empresa consiguieron que fuera negociable.
Varias reuniones hubo entre comité y representantes de la empresa. Después de cada una de ellas, la asamblea de trabajadores se decantaba en continuar con la protesta. No habían hecho este viaje para llevarse más cargadas las alforjas.
Los días pasaban y los trabajadores hacían suyas las palabras de Alfred Hitchcock: “Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación”.
La lógica decía que la empresa era como un elefante y ellos como unas hormiguitas bajo sus patas; pero la imaginación de los jardineros ponía en práctica ideas para darle salida al conflicto.
Estas ideas, junto al empecinamiento que proporciona pensar que se tiene la razón y el apoyo de diversas personas y colectivos, hicieron ceder a los directivos de la multinacional y, de esta manera, conseguir el acuerdo final.
Porque eso es lo que deben reflexionar los trabajadores que no secundaron la huelga: el motivo inicial se consiguió. La readmisión se produjo; y lo que tuvo que ceder el trabajador para conseguirla fue como consecuencia de lo acaecido en la huelga. Deberían hacerles una pregunta, a los que creen ellos son sus protectores: qué métodos emplearon para intentar deslegitimar la protesta y, hacerse una a ellos mismos: si no creen que dichos métodos son un calco de los métodos empleados habitualmente por los directivos de la empresa.
No pierdan tiempo en justificarse. Quizá quieran auto engañarse para no enfrentarse a sí mismos, pero piensen lo que perdieron y lo que ganaron.
Ganaron unos cuantos euros y perdieron dignidad. Perdieron percibir la generosidad mostrada por los compañeros afectados. Nunca sentirán las muestras de solidaridad, incluso económicas, de los compañeros que les habían asignado como servicios mínimos. La emoción cuando el presidente del comité de empresa ocupó su sitio en la mesa. Sitio que le pertenecía y la sinrazón se lo había arrebatado. Sentir esas emociones no tiene precio. Desconozco las que sentían ellos cuando, yendo a trabajar, obstaculizaban la readmisión y alargaban el conflicto.
Y colorín colorado este cuento no ha acabado. No ha acabado porque las hormigas saben que no terminaron con el elefante pero le hicieron levantar la patica. Quizá ni ellos mismos se creen tan fuertes como para poder humillar pero, aunque pudieran, la humillación la dejan para los que pudiendo ejercerla, la quieren ejercer. La humillación daña a la dignidad. Y es la dignidad la que, estos jardineros, mantuvieron y acrecentaron con su actitud.

miércoles, 19 de octubre de 2011

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