Los trabajadores no necesitamos plumas
como el pavo real para destacar, somos inconfundibles. Al amanecer se nos puede
ver en los transportes públicos, en silencio, todavía somnolientos y ojerosos,
preocupados - ahora más que nunca - porque al tener trabajo nos tachan de
privilegiados. A los funcionarios les delata la mirada huidiza de los
culpables.
Dicen que hay crisis y, aunque los
sueldos de miseria y las penosas condiciones laborales las venimos arrastrando
desde siempre, algo sí ha cambiado. Con la crisis nos han inculcado una dosis
extra de miedo que nos ha debilitado para defender los derechos laborales y
sociales, y nos hemos vuelto más egoístas.
Despiden injustamente a un trabajador,
a un compañero, y lejos de indignarnos y mostrar solidaridad, se minimiza el
hecho, incluso se justifica mientras se respira aliviado porque esta vez no le
ha tocado a uno. Qué pereza da tener que hacer algo, nos sentimos incómodos,
queremos estar tranquilos, pasar desapercibidos.
Para nuestra “protesta” pediremos el
correspondiente permiso porque no deseamos alterar el orden público y que
parezca que estamos celebrando un triunfo futbolístico. Queda descartado
recorrer las calles con cánticos y banderas, como si fuésemos a recibir al Papa,
y pegar carteles que estropeen el mobiliario urbano. En la Plaza de España nos
situaremos con nuestra pancarta en una esquina, para no molestar, y si viene la
prensa y la televisión soplaremos pitos y gritaremos, no muy alto, “si esto no
se apaña, caña, caña, caña”, a ver si con suerte sacan en las noticias
regionales diez segundos de nuestra “acción reivindicativa”.
Los trabajadores somos inconfundibles
aún sin plumas. Se nos puede ver, resignados y amedrentados, escondiendo la
cabeza bajo el ala.
José Abad
Nicolás (Heraldo 20 de agosto de 2011)