Tomo una caña con una persona que me habla de plantas y
flores, de cómo hay que tratarlas, de la forma de sembrarlas y mimarlas para
que crezcan. Incansable, habla de la diferencia entre un tipo de riego u otro,
de cómo un césped se ha de cortar para que sea amable al tacto y a la vista.
Entusiasmado, dice que los abuelos vigilan y aconsejan su trato a las plantas,
que conocen los pocos árboles que dan fruto comestible y que olvidan achaques
para recoger cosechas urbanas. Adora su trabajo, en el que lleva más de viente
años en los que, además de proporcionarnos flores en primavera, atiende desmayos,
espanta a exhibicionistas y convive con el vecindario. Todas las mañanas, de
madrugada, se enfunda su ropa de trabajo hacia el vede del día y hasta hace
poco siempre volvía contento a su casa a abrazar a sus propios geranios. De un
tiempo a esta parte, tiburones de las finanzas, almas sin plantas que cuidar,
le piden más y más. Ha de cuidar muchas más plantas, flores y vecinos en el
mismo tiempo; se siente vigilado, controlado y con peligro de ser sancionado si
en otoño se le escapan las hojas con el viento. Me dice que le ningunean
salario y derechos, que está perdiendo el amor a su profesión ya que no la
puede ejercer con la dignidad que yo merezco. “¿Yo?”, le pregunto. Y me
contesta que él trabaja para la ciudad, cuidando nuestros parques y jardines,
pero desde hace un tiempo no puede hacerlo como merecemos los ciudadanos y
nuestros impuestos sufragan, que existe algo que se llama contrata a quien no
le preocupan árboles ni sueños de jubilado, sino sólo el mayor rendimiento al
mínimo coste. Es más, menta represalias sindicales que recuerdan años oscuros y
presiones que, al parecer, existen en la Zaragoza del 2011. Al despedirme,
pienso que no puede ser cierto todo lo que me cuenta. Cuando llego a casa y
miro el parque cercano, caigo en la cuenta de que hace unos años todo estaba
mejor. Con tristeza, maldigo a los tiburones que ahora comen árboles y derechos
laborales.
Ricardo Santa Bárbara Martínez. (Heraldo de Aragón, 22 de agosto
de 2011)
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