sábado, 19 de abril de 2008

Mil años de oración.

¿Decir que una película no es imprescindible supone que no hay que ir a verla?
Si llevamos el descreimiento hasta el borde del precipicio, ¿hay algo que se refleje a través del arte que sea imprescindible?
Si vas con la coraza anti-autoengaño puesta ¿habrá algo conmovedor?
El autor teatral Eugène Ionesco decía que “El arte es inútil, pero el hombre es incapaz de prescindir de lo inútil”.
Pero me voy a dejar de introducciones filosóficas, y más si vienen de alguien que no es ni filósofo ni introductor, ni puñeteras ganas que tiene y digamos que el arte debe servir para emocionar, eso en primer plano; luego, con profundidad de campo adecuado y buena luminosidad, puede llegar la reflexión y hasta, por qué no, el posible cambio o concienciación.
Vayan a ver la película “Mil años de oración” de Wayne Wang.
Todo lo que lleven a cuestas hasta el borde del precipicio lo sujetarán para que no caiga por él.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Concha de Oro en San Sebastián. Y es que después de tanto ruido en conflictos banales y de tanta lucha para amontonar artículos de compra-venta nos damos cuenta de lo frágiles que somos y lo aislados que estamos. Esta película es una pequeña joya porque habla de lo afectivo,de lo verdaderamente importante del ser humano.
JABAD

Juan Carlos Ruesca Hernández dijo...

Cuatro cositas nada más y película hecha: viejos que molestan, soledad, incomunicación y el poder siempre fastidiando al débil.
Película que vas "rumiando" mucho tiempo después de haber salido de la sala.
Carlos.