viernes, 3 de diciembre de 2010

Recursos.



La línea que separa la libertad de expresión de la injuria está llena de interpretaciones interesadas y, en muchas ocasiones, poco democráticas. Suelen emplearse para intentar amordazar, aparentemente, al más débil.
Se amenaza con tomar medidas judiciales por sentirse injuriado y, de esta manera, se consigue meter miedo frenando cualquier atisbo de libertad.
El poder no se lleva bien con la información, a no ser que sea a su favor.
Un ejemplo lo tenemos en el ámbito laboral: para los directivos de algunas empresas, oír la verdad es sinónimo de posible delito. Puede que haya muchas verdades y cada uno tengamos la nuestra, bien lavadita y planchadita para ser usada, pero “la tortilla de patata siempre redonda será, por más que cambie la humanidad”, decía un amigo en una metafórica canción de nuestra juventud, o dicho de otra manera: admite pocas discusiones la evidencia de que el Sol calienta el planeta Tierra.
Antes, el caciquismo fue protegido por la dictadura. Ahora le sirve como paraguas el caparazón legal y las carencias democráticas de algunas personas.
Estas personas están en su derecho de denunciar lo que ellos entienden como una injuria a ellas mismas o a su empresa representada, pero lo dudoso es que tengan derecho a la amenaza permanente para conseguir un objetivo. Les da lo mismo la ética empleada mientras estas prácticas les den resultado.
Ante este continuo chantaje no caben tibiezas. A los trabajadores perjudicados les queda como recurso emprender las acciones legales pertinentes contra esas personas y, a la vez, el empleo democrático de todas herramientas disponibles para hacerles cambiar de actitud. En este último medio empleado es donde puede conseguirse el objetivo con mayor rapidez y efectividad.
Pero he aquí la dificultad, las herramientas están oxidadas. Es decir, los trabajadores no son capaces o no quieren –por razones que merecerían un comentario aparte– unificar sus fuerzas e intereses y emplearlos para lograr el cambio de actitud de los dirigentes de las empresas.
Existe el agravante de que, al no actuar de esta manera, cada vez se van engrandeciendo y haciéndose más tolerables estas prácticas chantajistas.
Por eso es tan irritante e indignante la actitud de los trabajadores por su pasividad –serían los principales beneficiarios–. Es como si en un desierto se tuviera la posibilidad de saciar la sed y salvar la vida sacando agua de un pozo y, en vez de hacerlo, se enterrara.

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