Erase una vez un grupo de trabajadores cuyo oficio era la
jardinería. Pertenecían a una multinacional, dedicada, entre otras actividades,
a realizar servicios para los ayuntamientos.
Como quiera que estimaron injusto el despido de un compañero
de trabajo–, era además presidente del comité de empresa–, aquellos decidieron intentar
reparar la injusticia. Se vieron obligados a ejercer el derecho que menos
quiere emplear cualquier trabajador: la huelga indefinida.
La pretensión era clara y concisa: los directivos readmitían
al compañero y los trabajadores volvían al trabajo. Pocas veces hay menos que
negociar entre dos partes. Ni se podía medio-readmitir al trabajador, ni se
podía medio-volver al trabajo.
En la vida, todo es buscar el término medio, el equilibrio.
Mira por donde, en esta cuestión, no quedaba más remedio que dejarse llevar
hacia el extremo. Qué satisfacción, al menos por una vez, no estar condenados a
la moderación.
La estrategia del huelguista era hacer lo podían: emplear la
herramienta de la ausencia legal al puesto de trabajo, y la de hacerse ver y
oír en la ciudad hasta conseguir el objetivo. La de los interlocutores
empresariales intentar, en primera instancia, hacer fracasar la huelga y, si se
hacían fuertes los jardineros, negociar una salida para que no les hiciera
parecer que perdían.
Como la huelga no fracasaba –qué tozudos eran esos chicos–,
los directivos pusieron “encima de la mesa” varios “productos” de nueva
adquisición. Un despido más, expedientado el comité de huelga, y una amenaza de
despido a otro trabajador. Así es el
mundo, lleno de mentiras, de pocas verdades y aprovechando las oportunidades; sobre
todo, si se tiene la costumbre de buscarlas.
Y lo que era en principio innegociable, los representantes
de la empresa consiguieron que fuera negociable.
Varias reuniones hubo entre comité y representantes de la
empresa. Después de cada una de ellas, la asamblea de trabajadores se decantaba
en continuar con la protesta. No habían hecho este viaje para llevarse más
cargadas las alforjas.
Los días pasaban y los trabajadores hacían suyas las
palabras de Alfred Hitchcock: “Hay algo más importante que la lógica: es la
imaginación”.
La lógica decía que la empresa era como un elefante y ellos
como unas hormiguitas bajo sus patas; pero la imaginación de los jardineros ponía
en práctica ideas para darle salida al conflicto.
Estas ideas, junto al empecinamiento que proporciona pensar
que se tiene la razón y el apoyo de diversas personas y colectivos, hicieron ceder
a los directivos de la multinacional y, de esta manera, conseguir el acuerdo
final.
Porque eso es lo que deben reflexionar los trabajadores que
no secundaron la huelga: el motivo inicial se consiguió. La readmisión se
produjo; y lo que tuvo que ceder el trabajador para conseguirla fue como
consecuencia de lo acaecido en la huelga. Deberían hacerles una pregunta, a los
que creen ellos son sus protectores: qué métodos emplearon para intentar deslegitimar
la protesta y, hacerse una a ellos mismos: si no creen que dichos métodos son un
calco de los métodos empleados habitualmente por los directivos de la empresa.
No pierdan tiempo en justificarse. Quizá quieran auto
engañarse para no enfrentarse a sí mismos, pero piensen lo que perdieron y lo
que ganaron.
Ganaron unos cuantos euros y perdieron dignidad. Perdieron percibir
la generosidad mostrada por los compañeros afectados. Nunca sentirán las
muestras de solidaridad, incluso económicas, de los compañeros que les habían
asignado como servicios mínimos. La emoción cuando el presidente del comité de
empresa ocupó su sitio en la mesa. Sitio que le pertenecía y la sinrazón se lo
había arrebatado. Sentir esas emociones no tiene precio. Desconozco las que
sentían ellos cuando, yendo a trabajar, obstaculizaban la readmisión y
alargaban el conflicto.
Y colorín colorado este cuento no ha acabado. No ha acabado
porque las hormigas saben que no terminaron con el elefante pero le hicieron
levantar la patica. Quizá ni ellos mismos se creen tan fuertes como para poder
humillar pero, aunque pudieran, la humillación la dejan para los que pudiendo
ejercerla, la quieren ejercer. La humillación daña a la dignidad. Y es la
dignidad la que, estos jardineros, mantuvieron y acrecentaron con su actitud.
4 comentarios:
Hola Carlos,
Me alegra leer noticias como esta. Es una victoria, quizá pequeña en términos cuantitativos (al menos para algunos) pero no por ello menos importante.
Me viene a la memoria en estos momentos la frase final de la película "Metrópolis" de Fritz Lang, una joya del cine mudo y del expresionismo alemán, patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco:
"El único mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el corazón".
Lástima que mucha gente anteponga unos intereses personales que habría que poner en duda sino tachar enérgicamente de frívolos, patéticos e insanos. Desde luego que vuestro éxito ha sido capaz de irradiar algo de calor en las mejillas de esta sociedad enferma.
Un saludo,
sergio (de la cata)
pd- Si te interesa te paso el enlace de la entrevista a Ana Continente, bailarina y coreógrafa, donde también habla de su obra sobre Mario Benedetti.
www.youtube.com/watch?v=SdgM7l8c7H4
Y así vamos a seguir. Que el elefante se entere que somos hormigas, sí. Pero hormigas atómicas.
Cuando más falta hace dar un paso adelante para no dejar que mermen los derechos, el trabajador más "recula" y más miedo tiene. Pero ¿acaso ese miedo le garantiza no perder lo que tiene adquirido?
Gracias Sergio. Ya he visto el vídeo (en tres partes) de Ana Continente.
Buena ironía Javier. Hormigas atómicas y elefantes con pies de barro.
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