viernes, 11 de enero de 2008

A mi amigo

Recibes una noticia mala y, a partir de ese momento, ya no serás nunca el mismo que habías sido hasta entonces. Aunque luego recibas una buena, como va a ser en este caso, y se pase el susto. Supongo que eso es lo que se llama adquirir experiencia en la vida.
Tengo a un amigo enfermo. Y digo tengo porque los amigos se tienen, nadie nos los impone y si son como éste hay que agarrarse a él como una lapa.
Este amigo mío no tiene nada especial. No tiene una casa en un lugar paradisíaco donde presuma de hacer unas buenas barbacoas en el jardín, no tiene un coche último modelo que te lleve al fin del mundo, no tiene un móvil de última generación ni tiene la pretensión de impresionar por lo que es o por lo que no es.
¿Qué tiene este hombre al cual admiro, yo que soy tan poco dado a la idealización? Cercanía. De los seres que conozco pocos como él me muestran esa proximidad que te hace sentir cómodo y, sobre todo, apreciado. No creo haya en el mundo un placer semejante.
La mala noticia no tiene compensación. La asumimos como podemos y adquirimos experiencia de ello. La buena, sin embargo, nos produce satisfacción y más si la celebramos en una buena compañía y catando un buen vino.
Pues eso haremos, amigo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La riqueza del ser humano se mide por el número de amigos que atesora.Soy un gran avaro.

Juan Carlos Ruesca Hernández dijo...

Se alegra uno al recibir comentarios. Se corrobora que no está solo.