sábado, 28 de febrero de 2009

El último asedio.

La guerra de Bosnia-Herzegovina es parte incuestionable de mi vida profesional y personal. He trabajado en decenas de escenarios bélicos, pero pocos me han marcado tanto como los desastres ocurridos en el patio trasero de la Europa comunitaria.

Allí aprendí que la guerra no se puede contar. El horror es inimaginable para quien no lo ha vivido.

Dos millones y medio de habitantes (60 % de la población total) tuvieron que abandonar sus casas víctimas de la limpieza étnica. La mitad sigue viviendo fuera de las fronteras de Bosnia-Herzegovina o mantiene el estatus de desplazado interno.

250.000 bosnios fueron asesinados, de lo que 16.000 eran menores de edad. Sólo en Sarajevo murieron 1.601 niños. Hay más de 25.000 menores huérfanos de padre o madre en todo el país.

Los más optimistas afirman que la ciudad no ha perdido su espíritu cosmopolita mientras los pesimistas creen que se ha disuelto en el desamparo de la posguerra. Pero casi todos claman contra los europeos: “Nos traicionaron durante la guerra y nos han abandonado después de los acuerdos de paz”.

Hay algo que han hecho todos los ciudadanos: arreglas sus tumbas.

Durante la guerra los entierros eran cortos y peligrosos. Los artilleros disparaban contra los cementerios.

Los muertos eran enterrados en fosas uniformes.

Gervasio Sánchez.

Exposición en el Centro de Historia de Zaragoza.

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