viernes, 24 de julio de 2009

Copenhague.



A través de las ventanas sin persianas del salón de una casa situada en Svanemollen, veo una bicicleta pasar. No sé por qué me produce una sensación melancólica.

Con ritmo tranquilo, una muchacha se dirige quién sabe a qué destino.

Quizá vaya a comprar a la tienda cercana de su casa, donde unos argelinos venden, desde las especias más exóticas hasta los productos más comunes. Como por ejemplo, unas frambuesas que ella sabe mezclar, con sabiduría de gourmet, con jengibre y zumo de naranja y, todo ello, se convierte en un maravilloso batido.

Otra opción puede que sea ir a la entrada de la estación más próxima, donde dejará su bici aparcada –junto a decenas más- y se subirá al moderno tren sin conductor rumbo a Norreport.

Posiblemente haya quedado con sus amigos en Kongens Have –los jardines que rodean el castillo-palacio de Rosenborg. Ahí dentro está la Cámara del Tesoro. Contiene las actuales joyas de la Corona. El simple tintineo de la pulsera de una niña, hace que el guardia de seguridad diga con amabilidad, que se la quite para no hacer saltar la alarma.

Quizá vaya por el carril-bici hasta la Plaza del Ayuntamiento, sus amigos a veces eligen para quedar un bar gay de la esquina. Su especialidad es endulzar muy bien el café con un sorprendente azúcar.

O puede que entre en el Tívoli -uno de los parques de atracciones más famoso del mundo- donde asista al estreno de la obra de danza “El porquerizo” de Hans Cristian Andersen. La reina Margarita II, que saludará al final de la obra junto a los actores, ha diseñado el vestuario –incluso el de los cerditos-.

Otra posibilidad es que, después de dejar la bici cerca de la parada, suba al autobús A1

-el conductor lo detiene cuando va adelantado- y baje cerca de la plaza donde se encuentra la residencia de la reina.

Si pregunta al guardia de traje azul –si va de currante-, o rojo –si va de fiesta-, le mostrará en cual de esos palacios vive la familia real. Si espera un poco, verá salir al coche número 12, propiedad de la realeza. No levantará el brazo puesto que no es un taxi y no creo que, pese a la belleza de la muchacha, esté dispuesto el chofer a llevarla al próximo destino.

Éste no es otro que Nyhavn. Pero antes habrá contemplado el edifico de la Ópera

- regalito a la ciudad del empresario naviero Marsk Mc-Kinney Moller.

Ya en el canal, viendo como algunas personas recogen las latas vacías para sacar unas coronas cuando las reciclen en la tienda, -no todos tienen tanto dinero como el barquero-, es posible que cene en una terraza. En mitad de la cena, el camarero -a su lado uno lo ve como en contrapicado- encenderá unas estufas para calentar el ambiente. También tienen a disposición de los clientes más frioleros, unas mantas. A veces no viene mal echárselas por encima de las piernas.

De día se puede zarpar, desde este punto del canal, para dar un paseo en barca por los canales de la ciudad. Pueden hacerse fotos con mucha facilidad y luego pueden borrarse todas, también con mucha facilidad. Fotos a la Sirenita -aunque sea de espaldas- a la Ópera, al barco de la familia real, al museo naval, a la réplica del David de Miguel Ángel, a las casitas que dan al canal con sus barquitos aparcados, a la iglesia de Nuestro Salvador con su subida exterior a la torre, a los puentes que rozan las cabezas de los turistas, a la casita donde vivió Andersen… todas, todas borraditas. Sin fotos digitales ni de carrete, queda el recurso de la foto cerebral.

Si la muchacha que conduce la bicicleta soporta o es partidaria de la contracultura, se dirigirá a Christiania. Allí encontrará una forma de vivir impensable para mentes cerradas. Creemos que sólo se puede vivir como vivimos nosotros. Como si esta fuera la mejor forma. El que desprecia lo que desconoce está condenado a vivir encerrado en su ilusorio paraíso de cristal.

Además, si pasea por los senderos de este mundo hippie y anárquico se encontrará con juegos infantiles evocadores de una infancia cada vez más lejana: un columpio colgado con sogas a un árbol, -donde algún adulto paciente columpiará a alguna niña sonriente- un gran tronco de árbol por donde los niños pueden pasar creyéndose Indiana Jones, laberintos de arbustos, etc. Después de la diversión infantil, podrá abrir el apetito con unas frambuesas y también con unos frutos más ácidos que la madre que los parió. Cenará con sus acompañantes en el jardín de un restaurante de vegetales ecológicos.

Volviendo a la democracia establecida, la joven quizá encamine su bici a la calle Stroget. La que dicen es la calle peatonal más grande del mundo. Payasos y caracterizaciones varias amenizan el ambiente concurrido de este lugar lleno de tiendas.

En una de ellas podrá comprar la pelota que se abre al lanzarla con tiempo establecido por el usuario. Me niego a explicar el mecanismo.

¿Y si es fuera de la capital dónde se dirige? Pues meterá la bicicleta en el tren e irá a Hillerod. En este pueblo hay uno de los castillos o palacios más espectaculares de Dinamarca: el de Frederiksborg. En su interior solamente se pueden visitar unas setenta u ochenta habitaciones. Si va acompañada de algún niño, es posible que en la quincuagésima cuarta sala, la criaturita ya se vaya cansando. Después será difícil aguantarla y poder pasear por los impresionantes jardines que embellecen el castillo.

Si sigue en los alrededores de Copenhague, quizá le apetezca visitar el Frilandsmuseet.

Un museo etnográfico al aire libre donde puede verse cómo vivían los daneses en el pasado. Decenas de casitas trasladadas piedra a piedra desde diferentes lugares de Dinamarca.

Cuando una trabajadora del museo vaya cerrando las casitas, se puede apurar la visita con la estrategia del pillo-pillo.

Otro destino a elegir, bien podría ser, en el barrio de Hellerup, una antigua planta embotelladora de cerveza convertida en museo de ciencias: Experimentarium.

Se puede experimentar con muchos objetos y poner a prueba la inteligencia humana.

Asombra ver como, con tres piezas, algunas personas son capaces de juntarlas y formar una sola. Otras tendríamos que darle con el martillo y el cortafríos para formar algo parecido.

No sé adónde irá la muchacha dándole a los pedales -cualquier destino es bueno en Copenhague- pero yo, una vez afeitado y con la cara impregnada de masaje sensual, cojo una bici, de las varias que hay en la puerta de la casa, y me voy detrás de ella.

La alcanzaré y le preguntaré adónde se dirige. Me contestará sonriendo. Es la ventaja de compartir el mismo idioma.

3 comentarios:

Javier dijo...

El ministro de asuntos exteriores danés no lo hubiera descrito mejor.
Enhorabuena.

Juan Carlos Ruesca Hernández dijo...

Gracias Javier.
Algunas frases escritas, ni el ministro danés sabría como tomarlas.
No es ni un recurso literario, ni tampoco metafórico -mis limitaciones imaginativas son más que evidentes-. Fueron anécdotas que nos sucedieron en el viaje.
Por ejemplo, lo del masaje sensual, el azúcar en el bar gay, la trabajadora que cerraba las puertas detrás de nosotros, el tintineo de la pulsera de Irene, etc.

Juan Carlos Ruesca Hernández dijo...

Gracias Javier.
Algunas frases escritas, ni el ministro danés sabría como tomarlas.
No es ni un recurso literario, ni tampoco metafórico -mis limitaciones imaginativas son más que evidentes-. Fueron anécdotas que nos sucedieron en el viaje.
Por ejemplo, lo del masaje sensual, el azúcar en el bar gay, la trabajadora que cerraba las puertas detrás de nosotros, el tintineo de la pulsera de Irene, etc.